Agustín Cañulef

Agustín Cañulef tenía 10 años cuando supo que quería estudiar ballet. A esa edad, por primera vez en su vida, asistió a una función del Ballet de Santiago en el Teatro Municipal, junto a sus compañeros de colegio. Se presentaba "Coppelia" y quedó fascinado. Pero prefirió quedarse callado. Sabía que sus padres no estaban en condiciones de pagarle clases de danza. Pero no fue lo único: "fleto" y "maricón" eran dos palabras que, lanzadas como bromas por los escolares hacia los bailarines, a él le seguían dando vueltas en la cabeza. Y aunque no se lo dijo a nadie, cuando terminó la obra, se hizo una promesa: "Algún día voy a estar en ese escenario".

Quince años después, termina de saborear una cerveza en un café del Parque Forestal y, sin una pizca de falsa modestia, dice: "Lo logré". Esta semana, cerrando un prometedor 2004, fue ascendido a solista del Ballet de Santiago del Teatro Municipal, con el cual presentará "Cascanueces" en la Estación Mapocho el 5 y 6 de enero. Acto seguido, tomará tiempo de sus vacaciones para participar en un curso de perfeccionamiento con el Ballet Nacional de Cuba, que dirige la legendaria Alicia Alonso.Pero eso no es todo. También ostenta la etiqueta de "único bailarín mapuche del Ballet de Santiago", algo que el 2004 lo lanzó como una figura mediática. La Corporación Nacional de Desarrollo Indígena (Conadi) lo reclutó para reunirse con estudiantes de Temuco y hasta lo invitaron a la televisión para el 12 de octubre. Sabe que cuando lo entrevistan es por eso, pero no le molesta. "Es discriminación positiva", dice sonriente.

Cañulef, que significa "ave veloz" en huilliche, siente placer de llevar un apellido mapuche. Su familia paterna proviene de San Juan de la Costa, cerca de Osorno, y su bisabuela fue la última en vivir de acuerdo a las costumbres ancestrales. En su casa en Quinta Normal la ascendencia mapuche nunca fue tema. Sí para Agustín: cuando en el censo de 1992 se incorporó la pregunta sobre la pertenencia a las etnias indígenas, no dudó en declararse mapuche.
Tampoco dejó que nadie lo pisoteara por su apellido en el Liceo Técnico A 81 de Renca. Si ahí lo pasó pésimo, como él mismo confiesa, fue porque estudiar electrónica no era lo suyo. El vuelco fue cuando estaba en tercero medio y participó en unos talleres de danza. Sus aptitudes llamaron la atención de todos en el liceo, al punto que la profesora que le hacía clases de electrónica le hizo la pregunta clave: "¿te gusta lo que estás haciendo?" Ante la negativa, le sugirió que probara suerte en la danza.

No se detuvo más.
Con 17 años audicionó en la Escuela de Ballet del Teatro Municipal. La verdad, un poco viejo para comenzar la formación de bailarín clásico. Estaba tan nervioso que no podía dejar de sudar. Pero lo admitieron y al segundo año recibió una beca para continuar los estudios. Porque al igual que en la película "Billy Elliot", en que a punta de puro esfuerzo y talento el modesto hijo de un minero inglés cambia las clases de boxeo por el ballet, para la familia Cañulef este cambio fue inesperado. Hijo de un panadero, la plata no sobraba en su casa. Pero todas las dudas y temores de sus padres se despejaron cuando en 1998 lo vieron bailar por primera vez en el Municipal, en "Don Quijote", donde le tocaba interpretar la jota, una danza española.

Con carácter
En 1999 dio otro paso importante: entró como aspirante al Ballet de Santiago. En esa misma época la compañía del bailarín argentino Julio Bocca le ofreció un contrato. Lo rechazó, pues aún no se sentía seguro con su técnica. Al año siguiente, bajo la dirección del colombiano Ricardo Bustamante, fue ascendido al cuerpo de baile y el 2003 tuvo un ofrecimiento para integrar una compañía de Marsella, en Francia.

Según los entendidos, Cañulef tiene méritos para llegar a ser primer bailarín, el paso siguiente después de ser solista y la meta más alta de todo miembro del Ballet de Santiago. Primero, destaca por sus condiciones naturales -mide 1.77 repartidos en 68 kilos- y su físico bien proporcionado. La brasileña Marcia Haydée, actual directora de la compañía, agrega otras virtudes: "Tiene algo muy especial, que quizá tenga que ver con sus ancestros mapuches. Cuando entra al escenario, lo hace como si fuera una gran estrella. Tiene una gran fuerza animal y una mirada potente. En jerga teatral, tiene mucho carisma".

Carisma que él pone al servicio de personajes de carácter, que son los que le gustan. Como el torero Escamillo, que interpretó en octubre en "Carmen", o como el gitano de "Don Quijote". En su currículum acumula una decena de títulos, como "La bella durmiente", "Manon", "Lago de los cisnes", "Romeo y Julieta" y "La dama y el bufón". Esta semana sumó "Los fuegos del hielo", en los Carnavales Culturales de Valparaíso, donde interpretó al anciano de una extinguida etnia patagónica. Y ahora que fue promovido a solista, tendrá un mayor protagonismo en la temporada 2005 del Municipal, que incluye el estreno en Chile de "Madre Teresa y los jóvenes del mundo"; una nueva producción de "La cenicienta" y las reposiciones de "Manon", "Giselle" y "La fierecilla domada".

Y si con el ballet se olvida de sus problemas y alimenta su alma de niño al jugar a ser otra persona, Cañulef recurre al flamenco cuando quiere expresar sentimientos más terrenales, como rabia y alegría. Lo practica regularmente en la academia Embrujo, fiel a su declaración de principios: "Me considero un tipo con mucha pasión por las cosas que hago. Cuando me interesa algo, me voy a concho con eso". La misma pasión que le permitió cumplir aquella promesa que se hizo cuando tenía apenas 10 años.

Gentileza de revista Que Pasa
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